Humanidad con medalla

SE ESFUMA el verano. Éste que ahora se va, quedará marcado por la tragedia ferroviaria de Santiago de Compostela, como el de 2008 lo ensangrentó para siempre el accidente de Spanair en Barajas. El verano es proclive a las grandes desgracias. Un místico diría que en la época del año en la que la gente más se esfuerza por ser feliz, el destino se empeña en servirle, como contrapunto, ejemplos atroces que muestran lo quebradizo de la existencia. Para mí la fatalidad es pariente de las matemáticas. Más viajes, más calor, más agotamiento, más relajación en los controles por las prisas, más aprendices estrenando responsabilidad disparan las probabilidades de una catástrofe.

Me ha dado qué pensar el anuncio de la ministra de Fomento de proponer la concesión de la Orden del Mérito Civil a los habitantes de Angrois, el modesto barrio que se echó a las vías para auxiliar a las víctimas. No dudo de las buenas intenciones de Ana Pastor al sugerir tal condecoración y estoy seguro de que ciudadanos con menos merecimientos disfrutan de ese honor, pero me parece una bobada, casi una falta de respeto a quienes se pretende homenajear. Porque laurearles es tanto como sospechar que existía la posibilidad de que se hubieran quedado de brazos cruzados mientras los pasajeros se desangraban en los vagones del Alvia. En coherencia, habría que buscar a quien se encerró en casa para denunciarle por omisión del deber de socorro. No. Los vecinos de Angrois no podían hacer otra cosa que la que hicieron: ir a echar una mano para intentar salvar vidas. Kant lo llamó imperativo categórico.

Muchos, principalmente políticos y periodistas, han visto en la solidaridad de los santiagueses un gesto por el que enorgullecerse de ser gallego. O español. Algo así como una forma civilizada de patriotismo. Creo que es una mirada miope que devalúa su gesto. Lo que cabe celebrar es justamente lo contrario. No es la particularidad lo que brilló en la valiente atención a las víctimas, sino la humanidad de sus protagonistas, el denominador común que les identifica con el resto de los moradores del planeta, un rasgo igualador que borra las fronteras. Fue el suyo un destello de universalidad, no de localismo.